Por Sir George Martin

¿Qué estaba haciendo yo el 6 de julio de 1957, cuando Paul McCartney, de 15 años, se fue a escuchar a John Lennon, que tenía 16, y actuaba con su banda en una fiesta de la iglesia en Liverpool?
Lo más probable es que haya estado trabajando en los estudios Abbey Road, en Londres, sin advertir el significado de este encuentro aparentemente anodino entre un par de adolescentes que calibraban sus respectivos talentos y deseaban jactarse sobre lo que podían hacer con sus guitarras baratas.
John y Paul deben haberse mostrado muy precavidos, preguntándose si podían tocar juntos. Quizás intentaban ser "cool" pero también mostrarse exaltados, perspicaces para destacar en lo que ambos amaban: escribir y ejecutar canciones.


En ese momento tal vez yo estaba en el estudio Número Dos, haciendo un álbum con Peter Sellers, un miembro de "The Goon Show", un programa de radio inmensamente popular. Ignoraba que esos álbumes de comedia serían una ventaja en nuestra relación futura. Los Beatles adoraban a los Goons y me trataron con cierta reverencia cuando nos encontramos en junio de 1962. (Debo aclarar que la reverencia no fue excesiva).
Una cierta desesperación me llevó a unirme a los Beatles. Yo era director artístico y de repertorio en Parlophone, subsidiaria de EMI, y había recibido una llamada de Syd Coleman, un amigo y editor de música de EMI, quien había escuchado una grabación como cortesía de su joven gerente Brian Epstein. Yo estaba buscando el mundo pop, deseoso de ramificarme y marcar un éxito allí. Epstein estaba en Londres para un intento de última hora de conseguir a alguien interesado en los Beatles.

George Harrison, el más joven del grupo, era el más atrevido, y al comienzo fue el que más me encantó. Pete Best era en ese momento el percusionista, que pronto sería reemplazado por Ringo, el más maduro del grupo. Pero eran John y Paul quienes lideraban el camino. Incluso entonces eran las figuras descollantes del cuarteto que yo debía juzgar.
Ellos presentaron algunas de sus canciones originales, "Love me do", "P.S. I love you" y "Ask me why". El resto eran en su mayoría parte de un viejo repertorio, como "Bésame mucho". Ellos tenían un tipo especial de magnetismo que a uno lo hacía sentirse disminuido cuando estaban ausentes. Si a mí me gustaban tanto, pensé, entonces también a su audiencia. Con tal que pudieran escribir buenas canciones.
John y Paul habían aparecido con una canción, un intento de una balada tipo Roy Orbison que yo encontré realmente lúgubre, y se los dije. "Tal vez si ustedes duplican el tempo podrían llegar a algún lado", les comenté, sin pensar para nada que algo podría resultar de eso.

La siguiente vez que vinieron, sin embargo, me mostraron que habían escuchado, y me di cuenta lo ansiosos que estaban por aprender. Con un poco de armónica y un arreglo firme, ese tema se transformó en su primer éxito.
"Please, please me" entró en las listas de éxito británicas al comienzo de 1963. La racha continuó con no menos de otros 10 consecutivos éxitos que se fueron al tope de la tabla.
Para mí, el mayor entusiasmo provenía de ver su talento crecer como plantas exóticas en un invernadero. Aunque los elogiaba, les dije que todavía deseaba algo mejor, y por cierto que me lo dieron. Después produjeron "From me to you". Y más tarde, "She loves you".
Ellos me asombraban con su fecundidad y su cuidado para variar sus enfoques en cada canción. Nunca me dieron algo recauchado de sus éxitos previos, nunca una secuela de "La guerra de las galaxias". Siempre había un nuevo giro, una rutilante demostración de cómo la escritura de sus canciones había florecido.
"John y Paul se convirtieron en hermanos en guerra"
El éxito parecía caerles bien, y ahora con Ringo en la percusión, y George comenzando a seguir a John y Paul en la creación de buenas canciones, estaban camino al estrellato. Algunas veces John gritaba: "¿Hacia dónde vamos, colegas?", "¡A la cumbre, Johnnie!" era la respuesta de ellos.
John y Paul se convirtieron en hermanos en guerra. Aunque sus creaciones conjuntas tallaron sus caminos, ambos tenían grandes egos. Habían acordado mancomunar sus talentos, y cada canción incluía ambos nombres sin tener en cuenta quién la había escrito. Pero rápidamente comenzaron a escribir casi enteramente solos, y en competencia. Estaban juntos en la mayoría de las cosas, pero la escritura de las canciones era una cuestión aparte. Todavía se amaban, pero ambos querían ser la estrella principal. Y eso era algo bueno: la competencia estimulaba logros mayores.

Por supuesto era un privilegio ver un desarrollo artístico tan rápido, y como una parte del proceso creativo, mi maravilloso trabajo era ayudarlos a conseguir sus metas. Recuerdo la primera vez que John ejecutó para mí "I am the Walrus". Le pregunté cómo le gustaría que sonara, y él me dijo que quería que yo escribiera la melodía, tal vez algo con trompetas y violonchelos.
"Correcto", le dije. "¿Quieres pasar la tarde conmigo para que lo trabajemos juntos?" Rápidamente me contestó: "no, ese es tu trabajo", y se fue.
Cuando John escuchó el resultado, largó la carcajada. Yo había contratado un coro de 12 piezas que hacían cosas ridículas. Grandes oleajes de sonido y risa maníaca. Me dijo que le encantaba, pero años más tarde me confesó que le habría encantado volver a grabar todo nuevamente. Las imágenes en su mente eran mucho mejores y mucho más reales para él que cualquier cosa que los humanos pudieran producir.
Cuando yo era joven, adoraba a George Gershwin y a Jerome Kern, Cole Porter y Richard Rodgers. Nunca en mis sueños más fantástico imaginé que trabajaría junto con talentos que igualaban a esos gigantes de las canciones populares. Pero vinieron John Lennon y Paul McCartney y mi vida cambió. Por supuesto que se apoyaban en mí y me hacían trabajar a muerte, pero realmente lo valía, y ellos mantenían ese encanto atrevido que me había enganchado al comienzo.

Pude ver que también cambiaban a otras personas. Su música trascendía las diferencias entre las naciones, saltaba las fronteras y se volvía omnipresente. De algún modo se las arreglaron para sacar lo mejor de la música norteamericana, para absorberla en sus sistemas y volver a ejecutarla de un modo fresco, diferente y brillante. En una época crucial de cambios, cuando la música grabada se estaba convirtiendo en una fuerza dominante de la cultura popular, ellos dirigían el mundo. Inspiraban a la gente en ese momento, y todavía lo están haciendo hoy en día.
Cada generación encuentra por sí misma a los Beatles, y ellos aman lo que escuchan. Su música habla por sí misma, y su mensaje es claro: que haya amor en los corazones y paz para todos los hombres. ¿Ud. está escuchando, señor Presidente?
(Distribuido por The New York Times Syndicate).
