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Beatles colateral
viernes, 10 de noviembre de 2006
Conrado Roche Reyes
Fue durante la filmación de “Help” cuando John Lennon y George Harrison, junto con sus parejas Cynthia y Patie, que sin quererlo, dieron un salto al futuro. George había trabado amistad con el dentista que atendía a los Beatles. Los arreglos dentales habían pasado a ser una preocupación fundamental para los Beatles, ya que ellos eran los artistas más frecuentemente fotografiados de su época
Fue durante la filmación de “Help” cuando John Lennon y George Harrison, junto con sus parejas Cynthia y Patie, que sin quererlo, dieron un salto al futuro. George había trabado amistad con el dentista que atendía a los Beatles. Los arreglos dentales habían pasado a ser una preocupación fundamental para los Beatles, ya que ellos eran los artistas más frecuentemente fotografiados de su época. Dicho dentista estaba haciendo un excelente negocio con los cuatro Beatles y sus esposas. Vivía en una hermosa casa con su novia, una rubia curvilínea que había sido conejita de Playboy. Los Beatles consideraban al dentista como un gran juerguista, y desconfiaban de su deseo de tener trato social con ellos, pero tras mucha insistencia, George y John aceptaron una invitación para cenar en su casa. Los cuatro invitados recuerdan haber visto los terrones de azúcar pulcramente alineados sobre la repisa de la chimenea tan pronto como llegaron, pero nadie los mencionó jamás. Mientras cenaban, la conversación giró en torno al sexo y a cierto norteamericano, Timothy Leary, a quien ninguno de los invitados conocía excepto John, apenas superficialmente había oído hablar de una nueva y temible droga llamada LSD. Ya servida la cena, y sin explicar el significado de lo que hacía, el dentista puso ritualmente un terrón de azúcar en cada taza de café que sirvió. Cuando Patie se mostró reacia a terminar el suyo, el doctor insistió en que se acabara hasta la última gota.
Una vez bebido todo el café, se retiraron a la sala y el dentista les explicó lo que acababa de hacer. Cynthia y Patie se aterrorizaron, no porque comprendieran todavía los efectos del LSD, sino porque les dio la impresión de que se trataba de un afrodisiaco y que sobrevendría una especie de orgía. De inmediato George, John y las muchachas se disculparon para irse. El dentista insistió que se quedaran quietos y calmados; no estarían seguros en la calle cuando se afirmaran los efectos de la droga. Pero los Beatles fueron inexorables en cuanto a marcharse; en unos instantes se despidieron y se dirigieron a la puerta. El dentista, preocupado por la seguridad de los jóvenes, los siguió con su amiga. Los dos Beatles y las mujeres se pretujaron en el pequeño carro de George. Como el dentista dijo que los seguiría en su propio coche donde quiera que fuesen, George condujo por las calles de Londres a vertiginosa velocidad, tratando de perderlo de vista. El dentista logró seguirlos de cerca, hasta que llegaron a un club nocturno con música. Entraron seguidos de cerca por el odontólogo. Fue allí en donde comenzaron a suceder cosas extrañas. El salón parecía más grande, más largo; las luces oscuras, bolas de fuego. La gente, que en torno a ellos los observaba, pareció henchirse y palpitar, poniéndolos tan incómodos, que decidieron marcharse. Siempre seguidos por el dentista, que les aconsejaba volver a su casa con él. Las dos parejas se encaminaron al “Ad lib”, donde esperaban que el ambiente y las caras más familiares los calmarían. En el trayecto, hubo que convencer a Patie, quien tuvo una inexplicable compulsión de romper todos los escaparates de la calle. Estacionaron el auto a las puertas del club, pero en vez de la pequeña marquesina, vieron algo que al principio les pareció un estreno cinematográfico y cientos de admiradores que gritaban. Era sólo una luz común cuando se acercaron. “Qué está pasando aquí”, dijo John. Cuando finalmente subieron al ascensor, pensaron que había un incendio. Era tan sólo una lucecita roja. Todos gritaban, estaban acalorados e histéricos. Cuando el ascensor se detuvo, estaban en una discoteca. Los cuatro estaban gritando. Allí los alcanzó el dentista y se sentó en su mesa. Se transformó en un cerdo. De algún modo lograron salir del club, dejando atrás al dentista. George los llevó a su casa. Se tardaron horas en hacer un viaje de cuarenta minutos porque George no podía conducir a más de 15 kms. Por hora. Sentada atrás, Cynthia trató de vomitar metiéndose los dedos en la boca. John no podía dejar de hablar. Patie asustada y claustrofóbica en el pequeño auto, suplicaba que se detuvieran y se sentaran en un campo abierto tranquilo junto a la carretera. John no cesaba de reír y repetir “No podemos jugar fútbol ahora Patie”.
Cuando llegaron a casa de George, cerraron con llave el portón, la puerta y todas las ventanas. Harrison tomó su guitarra y se puso a tocar, asombrado al ver que las notas brotaban del instrumento como láminas de plástico de color. John hacía dibujos. Uno de ellos fue la cara de los cuatro Beatles diciendo: “Estamos todos de acuerdo contigo”. Lennon contó después, que la casa de George parecía ser igual a un gran submarino y que él lo piloteaba. Las mujeres tampoco tenían alucinaciones dichosas. Patie estaba convencida de que la habían alterado permanentemente y jamás volvería a ser la misma. Cynthia trataba de pensar lógicamente lo que les estaba ocurriendo. Unía piezas del terrón de azúcar y Timothy Leary. Tenía la esperanza de librarse de aquel horror, de ponerle fin, porque también le afectaba la terrible convicción de que lo que le estaba pasando era irreversible. Y así permanecieron toda la noche despiertos en aquella vorágine de confusión, hasta que lenta, lentamente, todo pareció extinguirse. Los colores se esfumaron y cayeron dormidos más exhaustos que nunca en su vida.
Si es verdad que el diablo existe, él fue quien inventó el ácido lisérgico. Esto lo afirmo yo