Los sueños de John Lennon

John Lennon, en una obra de Andy Warhol.
Por ROBERT ROSEN
A principios de 1978, unos meses después del segundo cumpleaños de Sean, John se empezó a preocupar porque pasaba todo el día en su recámara, flotando en las tardes, acariciando a los gatos, durmiendo, fumando y leyendo, y escribiendo la nota ocasional, quizás algo para utilizar en una fecha futura, en una canción o quizás en otra novela. A menudo, Sean estaba en Central Park con Helen, y Yoko andaba en sus lecturas de tarot con el O. Y John, drogado con marihuana tailandesa, estaría mirando la Tv, perplejo con los anuncios del show de la Beatlemanía en Broadway.
—¡Ya no me necesitan! ¡Los clones lo hacen mejor!
Sabía que si pasaba tres años más recluido esencialmente en el Dakota, iba a tener que encontrar un mejor modo de ocupar el tiempo. Entonces ocupó el tiempo enseñándose a sí mismo a programar sueños. El poder del sueño lo llamaba, en referencia a un libro del mismo título. John pronto pudo dominar la técnica, y eso se convirtió en su medio primario de escape.
El poder del sueño es autohipnosis, John se acostaba en la cama, totalmente relajado, drogado con marihuana tailandesa, suspendido al borde del sueño. Se concentraba en cualquier cosa que quisiera soñar. Si era sexo, fijaba en los ojos de su mente una imagen de la mujer a la que quería hacer el amor. Después contaba hacia atrás desde diez. Antes de llegar al uno ya estaba dormido, la imagen fijada en su mente entraba en el sueño.
Una vez que se dormía, no obstante, perdía el control del sueño, y la trama adquiría contornos grotescos. El segundo y el tercer sueño de cada secuencia nunca tenían ninguna relación con el sueño original programado. A menudo se hallaba de regreso en Inglaterra, veinte años antes. Soñaba con Liverpool o con Paul. O tenía un sueño sexual con George Harrison, que lo espantaba y confundía. Estaba furioso con George desde la publicación de su autobiografía, I Me Mine, que mencionaba a Lennon solo de pasada. ¿Qué diablos es esto? Hice más por el maldito George que nadie. ¿Con quién caraXo iba cuando tenía problemas para terminar una canción? ¡Maldita sea! ¡Para mí, ese bastardo ya no existe!
¡Maldito infierno! ¡El maldito bastardo no existe más en lo que a mí concierne!
Pero qué podía haber inspirado posiblemente tal sueño, se preguntó. ¿Fue su visita al doctor para el examen de la próstata? Era una experiencia única tener el dedo del doctor sondando en su c... Sin embargo, ¿por qué eso le haría soñar con George? No lo sabía.
John disfrutaba tanto soñar que pasaba el mayor tiempo como fuera posible durmiendo. Usando el poder del sueño para programar un sueño sexual tras otro, pasaba la tarde, en efecto, haciendo el amor a Yoko o a May Pang, la joven china que empezó como su secretaria personal en 1970 y pronto se convirtió en su amante.
Entonces se empezó a sentir culpable por dormir 16 horas al día —o más—. Necesitaba hacer algo más constructivo. Yoko le sugirió que registrara todos sus sueños con detalle en un diario de sueños. Eso no solo sería un excelente ejercicio creativo, pensó John, sino que los sueños le darían una percepción de su relación con Yoko.
Los símbolos de los sueños siempre le habían fascinado. ¿Qué revelaban éstos? ¿Cuál era su relación con la realidad? Inmediatamente después de despertar, anotaba todo lo que podía recordar.

Le sucedían tan pocas cosas a John en los primeros cinco meses de 1978 que virtualmente abandonó la realidad por los sueños. Fue una temporada de sueños, y la mayoría de éstos eran sobre tener sexo con celebridades. A veces intentaba interpretarlos y buscar patrones. Quizá, pensaba, se podría psicoanalizar a sí mismo y llegar a curarse. Quizá soñar tendría éxito ahí, donde los alaridos y los maharishis habían fallado.
Aunque los sueños no curaran a John, daban a Yoko la oportunidad de entenderlo mejor. Ella leía sus diarios de sueño todos los días y siempre sabía exactamente qué había en su mente.
Una tarde, John soñó que estaba en la cama tratando de hacerle el amor a una estrella de cine asiática de cabellos oscuros: ambos están vestidos por completo. John la besa en los labios. Pero cada vez que él intenta deslizar su mano por su falda y entre sus piernas, ella se la quita. “No —dice ella—. Usted no puede hacer eso”. Mientras más se resiste ella, más se excita John.
Están en una pequeña habitación en una vieja casa de campo. Al pie de la cama, un fuego arde en una chimenea de piedra. Todo en la habitación es viejo: el gran tocador de roble, los cepillos de cabello, la joyería y los montones de chucherías, el pequeño Buda de jade que parece estar mirando, exactamente en el centro. En la pared hay un retrato de un ancestro de mirada severa con un bonete blanco, una lista enmarcada de tareas y actividades infantiles diarias, como las lecciones de ‘las 9 a.m.’, implementos de una granja antigua, una horca y arreos de arado montados como objetos de arte. Él mira por la ventana. Hay una laguna artificial, como en su propiedad de Ascote, pero está congelada. Más allá de la laguna hay un bosque, y al límite del bosque un venado de rabo blanco jugando. Entonces toma a la estrella de cine por la mano y, como unos superhéroes, salen volando por la ventana y, desde lo alto, sobre la tierra, ven abajo la casa.
Otra tarde, John soñó que estaba con Elvis Presley en una fiesta en la cocina del Dakota: la mesa de la cocina está totalmente abarrotada de entremeses. La habitación está repleta de personas, cada una toma comida de la mesa. Lennon y Presley son las únicas celebridades allí. John no conoce a nadie, se siente fuera de lugar en su propia casa. Nadie le presta atención. Todos se juntan alrededor de Elvis. John, bebiendo una taza de café negro, intenta acercarse a Elvis para hablar con él, pero las personas no le permiten acercarse. “¡Elvis!”, grita John a través del cuarto, pero Presley no parece oírlo. Entonces Elvis se aproxima a John y asiente con su cabeza para seguirlo. Están en la recámara de John. Elvis está sentado en la cama de John. John cambia rápidamente los canales en la Tv.
En otro sueño, John y Yoko embarazada manejan una limusina por un barrio de clase obrera en Londres. Las calles sinuosas están abarrotadas de personas que venden ropa usada, las viejas se asoman por las ventanas de los edificios derruidos, gritando cosas. Otras personas llegan corriendo al coche y golpean las ventanas. John y Yoko están atemorizados, se abrazan el uno al otro fuertemente. Entonces, tomados de la mano, caminan por la escalera de un edificio industrial. Están en un estudio fotográfico. Un fotógrafo que lleva un suéter rojo y negro a rayas toma fotos a una mujer desnuda que posa contra una pared cubierta de graffiti.
John soñaba a menudo con transformaciones. Las sillas se convierten en personas. Los árboles se convierten en relojes. Las personas se convierten en animales. En un sueño de transformación, John está sentado en una habitación de hotel en Los Ángeles, mirando fijamente por la ventana a un viejo que camina por Subset Boulevard. Después John está en la calle, desnudo, frente al hombre desnudo, respirando su aliento asqueroso, mirando fijamente su boca desdentada. John se aterroriza. No entiende qué está haciendo afuera. No quiere estar allí. El hombre se convierte en un lobo.
Más tarde, al analizar el sueño, John decidió que el lobo era un símbolo de su rabia.
Texto publicado en Nowhere man. Los últimos días en la vida de John Lennon. Robert Rosen. Reservoir Books.