Capítulo 12.
Cuando los Beatles se separaron tomaron caminos distintos. Si bien geográficamente algunos quedaron demasiado juntos, sus nuevas vidas despuntaron hacia lados distintos, casi como señalando cada uno alguna de las puntas de la rosa de los vientos. John no podía creer cuán bien estaban él, George y Ringo. En cuanto a Paul… las cosas no estaban tan cómodas. John estaba molesto cuando Paul resultó salir a la luz con proyecto nuevo y anunciando la separación de los Beatles, como si fuera él el que quisiera sacarse de encima al grupo.
Se suponía, por principio de cuentas, que los cuatro lo mantendrían en secreto hasta que el álbum saliera, pero el bajista había ido por ahí, había contado todo y había sacado un disco de solista.
Imperdonable.
De algún modo, pensaba John, Paul estaría teniendo un buen tiempo, sin embargo Paul la estaba pasando mal.
Para “mejorar” asquerosamente las circunstancias, las batallas legales comenzaron y los cuatro lidiaron no solo con la idea de no verse como grupo de nuevo, sino que, aparentemente, ahora eran alguna especie de contrincante del otro. Para colmo, la nueva sensación musical, con su “flamante” rubio vocalista, Robert Plant, el místico guitarrista, Jimmy Page, y su portentoso baterista, John Boham, habían conseguido que las miradas se centraran en ello y había cierto grado de triste olvido cuando se firmaron los papeles y los anuncios de “¿Qué haremos sin los Beatles?” comenzaron a disminuir.
Con todo, John firmó los papeles, se encargó de sus cosas, y cuando las tertulias habían regresado a un nivel más calmado, se mudó con Yoko a Nueva York para empezar de nuevo. En algún lado de su mente, John estaba seguro de que él había tenido esa idea, eso era lo mejor ya que de otro modo no lo habría considerado tan positivo.
Se mudaron a Bank St. En Greenwich Village, y obtuvieron un apartamento bastante amplio. John no quería, realmente era una cuestión de NO querer, quedarse con muchas pertenencias, así que el apartamento era una odisea en falta de posesiones aquel primer periodo. Un colchón y un piano hacían el trabajo de darle el nombre de hogar. John amaba la libertad que representaba aquel lugar, conocer gente nueva en cada esquina y establecimiento. Incluso conoció gente que había considerado interesante y del que era una especie de seguidor, como Jerry Rubin, David Peel e incluso Bob Dylan. Había encontrado un hogar, con gente que creía y pensaba en lo que él creía y pensaba.
La pelea, no obstante, continuó y ellos tenían que ir constantemente a la oficina de recepción de Apple en Nueva York. Pero eso no le quitó el sabor a la vida en aquella tierra que tenía cierto parecido a Liverpool en su frío y salado aire de mar.
Se rodeó de artistas, activistas, gente de izquierda, pensadores, protestantes, forasteros, enemigos del gobierno y por lo tanto amigos de la sociedad, y comenzó a involucrarse en los movimientos de liberación de John Sinclair, entrando de lleno en la política y los movimientos de paz.
Fue ahí cuando el gobierno estadounidense comenzó a preocuparse por él y a prestarle verdadera atención. Antes John había sido un musiquillo de cabellera larga y despeinada que causaba leves problemas para ellos, unos cuantos desajustes que no le caían tan mal al gobierno que no quería dárselas de ser tan cerrado de miras, pero ahora John había entrado en terreno que no debía y metía su nariz ganchuda en sitios lóbregos que se iluminaban con su fama atrayendo miradas no deseadas, y era urgente, por lo tanto, empezar a hacer algo con aquel inglés metiche; los procesos de deportación de John comenzaron tan rápido que las razones más forzadas le sacaron risas a los propios agentes de migración. Pero una orden es una orden, y ellos tenían la orden de sacar a John del país.
Esto a él le causaba un impacto contradictorio. Por principio de cuentas le sorprendió grata y cómicamente que el gobierno de aquella quintaescencia del poder pudiera tenerle miedo. Luego, las cosas se pusieron pesadas y su escasa paciencia lo arrastró a detestar semejante proceso. Contrató a Leon Wildes como abogado, y recomenzó la batalla.
Yoko y John dejaron que Wildes se ocupara de la parte ardua de la pelea legal, y ellos trataron de disfrutar la estancia en Nueva York lo más posible. Salían a caminar, a dar vueltas en bicicleta, salidas a cafés y exposiciones de arte. Se veían con amigos artistas, con compañeros políticos, y organizaban salidas en grupo y protestas donde la guitarra de John y unos cuantos acordes bastaban para hacer un anuncio pacifista.
Y aún así, la memoria de Paul lo fastidiaba. Después de todo lo que habían pasado, le sorprendía la facilidad con que la ira contra él se deshacía y daba paso a la nostalgia. John había comenzado a detestar los momentos de soledad en que lo único que podía hacer era recordar. Sobre todo porque le era imposible comparecer los problemas que habían tenido ante las memorias que le subvenían.
Una de esas noches, se removió molesto en la cama, incapaz de dormir. Se puso de pie, lentamente para no despertar a Yoko y se sentó junto a la ventana, mirando hacia la calle mientras bebía té y fumaba, regañándose por haber recordado la guerra que estaba manteniendo con Paul. N
¡Se estaban azotando el uno al otro a través de canciones! Ram lo había enfurecido y por ello le había contestado a Paul con How do you sleep? Y como para hacer el golpe más duro, había solicitado la ayuda de sus dos ex compañeros de banda. Nada más grave que ese golpe.
Lo peor era toparse con la ira que contenía esa canción; recordar cómo sus amigos le habían dicho que se había pasado “un poco demasiado”, y cómo él había negado con la cabeza y había tachado una que otra frase para hacerlos sentir mejor, y cómo aún así la canción decía demasiado.
John se preguntó, por la millonésima vez, la razón de aquel sufrimiento. ¿No era, después de todo, eso precisamente lo que quería, que Paul se sintiera atacado?
Ladeó la cabeza hacia una cómoda que estaba al fondo de la habitación, una cuyo primer cajón tenía llave. Se puso de pie y se dirigió directamente hacia él, pasó la llave por el cerrojo y lo abrió. Adentro había notas, fotos, revistas, cuadernos, canciones sin terminar… John tomó una foto de Paul donde éste usaba sus gafas, y le dio vuelta. Atrás sólo decía “El corazón roto; John Donne”. John lo había escrito detrás, luego de haber leído el poema en un viaje. Giró la foto y la siguió mirando, recordando el poema:
Loco de remate está quien dice
haber estado una hora enamorado,
mas no es que amor así de pronto mengüe, sino que
puede a diez en menos plazo devorar.
¿Quién me creerá si juro
haber sufrido un año de esta plaga?
¿Quién no se reiría de mí si yo dijera
que vi arder todo un día la pólvora de un frasco?
¡Ay, qué insignificante el corazón,
si llega a caer en manos del amor!
Cualquier otro pesar deja sitio
a otros pesares, y para sí reclama sólo parte.
Vienen hasta nosotros, pero a nosotros el Amor arrastra,
y, sin masticar, engulle.
Por él, como por bala encadenada, tropas enteras mueren.
El es el esturión tirano; nuestros corazones, la morralla.
Si así no fue, ¿qué le pasó
a mi corazón cuando te vi?
Al aposento traje un corazón,
pero de él salí yo sin ninguno.
Si contigo hubiera ido, sé
que a tu corazón el mío habría enseñado a mostrar
por mí más compasión. Pero, ¡ay!, Amor,
de un fuerte golpe lo quebró cual vidrio.
Mas nada en nada puede convertirse,
ni lugar alguno puede del todo vaciarse,
así, pues, pienso que aún posee mi pecho todos
esos fragmentos, aunque no estén reunidos.
Y ahora, como los espejos rotos muestran
cientos de rostros más menudos, así
los añicos de mi corazón pueden sentir agrado, deseo, adoración,
pero después de tal amor, de nuevo amar no pueden.
John soltó un suspiro, cansado. No era bueno ponerse a pensar en aquello, lo ponía mal, pero no podía evitarlo. Eso estaba en el pasado, lo mejor era convencerse de ello. Dejó la foto en el fondo del cajón y lo cerró.
Habían estado juntos por años escondiéndose entre sombras, secretos y pretextos. John odiaba eso y aunque fuera absurdo, a veces se encontraba a sí mismo hablando con Paul a cerca de salir a la luz. Incluso le había hablado de que se divorciaría de Cynthia, y que él podría simplemente terminar a Jane. Le dijo, atrapado en aquella utopía imposible, que serían felices y vivirían juntos y que después de un tiempo la gente se acostumbraría y ellos podrían vivir libremente aquel romance. George y Ringo los apoyarían, John sabía que sí. Pero la respuesta de Paul siempre era la misma: él decía que quería ambas cosas y que aquello arruinaría su imagen con los fans, amigos y familia. Y en el fondo, Paul admitió, él ansiaba tener una familia, hijos que John no podría por obvias razones darle.
John sabía que aún estaba vivo aquel sentimiento excitante de la sexualidad femenina, no lo negaba, aunque no lo entendiera al cien por ciento, y lo curioso, en cambio, era no sentir nada por ningún otro hombre.
Así que lo aceptó, aceptó que Paul pudiera querer estar con una mujer, y más cuando el asunto en cuestión no era tanto el “amar a esa mujer”, pero estaba también esa duda: ¿y si todo era un juego para Paul al final? ¿Un experimento divertido para saber cómo era? ¿Y si al final John no era suficiente para él?
Cada vez que John decía algo al respecto Paul se irritaba, se ponía furioso y le decía que aquello era egoísta, pues él ya había tenido un hijo y sabía cómo era aquella maravilla llamada ser padre y tener una esposa aunque pareciera no quererla. Y en su momento de ira y cinismo John le había dicho que le compartiría a Julian. ¡Ja! Como si eso hubiera satisfecho a Paul, o incluso hubiera conseguido que John se sintiera cómodo al respecto.
Pero habían continuado después de eso, y lo hicieron por años, hasta que una chica llamada Yoko Ono se hizo presente en la vida de John y le reclamó más de lo que nadie había pedido de él. Ella era su su igual, una mujer a la que podía admirar. Y de pronto aumentó el secreto. Ahora veía a Yoko a escondidas de Paul, y a Paul a escondidas de Cynthia.
-Entonces, ¿Qué es eso de Yoko?-preguntó por fin Paul en una ocasión, sonando tan celoso como un amante podría estarlo. Estaban en casa de Paul, sentados en la sala con las botellas sobre la mesa, con las muestras de la salida airada de Jane aún presentes. Paul estaba soltero de nuevo salvo John y algún amorío que le surgía de vez en cuando. La relación de los dos era aún fuerte, o eso le había parecido a Paul hasta que en la conversación John mencionó seis veces a aquella tal Yoko.
-Voy a divorciarme de Cyn.-anunció John, Paul iba a rechazar aquel comentario, como de costumbre cada que John decía que lo haría para demostrarle que lo amaba, pero John continuó.- Yoko es tan… no sé, ella simplemente me hace… es como si estuviera hecha para mí.- Paul pestañeó, asediado por los celos y la confusión.- Lo siento, es sólo que ella es… como yo, nunca conocí a alguien que pudiera decir que es igual a mí.-confió John, lo más honestamente que pudo, pero sin imprimir emoción para no herirlo.
Paul se mordió el labio, sentado en el sofá mirando a John con nerviosismo. ¡Él era el igual de John! ¡Él era el todo de John! Y definitivamente no quería compartirlo con ella, con nadie, pero en especial no con ella. Menos después de aquella conversación. Se las había apañado para manejar la situación de John con algunas chicas y desde luego Cyn, pero no podía con alguien que había fascinado tanto a John como para hacerlo sentir así.
-¿Y yo qué?-inquirió con voz grave.- Me conociste antes a mí.- sentenció, queriendo hacer un comentario de que él era su igual desde antes que Yoko, pero sólo había conseguido hacer que sonara como que él tenía más derecho por antigüedad aunque no fuera así.
John sabía que Paul estaba celoso, y podía ver lo herido que estaba, lo veía en su rostro. Se sintió terrible por ello, amaba tanto a Paul, más que nada y más de lo que él había podido creer que amaría. Se acercó a él y le acarició el rostro.
-Oh amor, Paul, lo siento… yo te amo, te sigo amando, con el alma y el corazón, eso no cambia. Fuiste tú quien dijo que no querías que dejáramos de pretender. Y para mí, esto es lo mejor que podría hacer. Los quiero… a los dos. –dijo, tragando pesado. Se sentó junto a Paul y lo abrazó por la espalda. Sabía que había caído bajo al reclamar aquello de los “estatutos de privacidad de Paul” para justificar aquello, pero, ¿no se suponía que él lo entendería? ¿Qué era lo que estaba pasando? Paul había pedido aquello, ¿por qué pasaba aquello?
-¿Vas a dejarme entonces?-preguntó Paul. Se giró timidamente hacia John, con lágrimas en los ojos. El corazón de John se quebró al mirarlo.
-No, la quiero, y te amo. Tú querías ambas cosas, demonios Paul, no puedo evitarlo.- Paul asintió sabiendo que él mismo había dicho aquello y que había sentenciado su propio dolor por ello. Sabía que debería sentirse mejor, viendo que John y él por fin estaban de acuerdo al respecto. Pero se sentía horrible, casi traicionado. No quería ser remplazado, quería ser el único, el número uno y el número dos, y todos los números al infinito. Se preguntó si él haría lo mismo hacia John de estar en sus zapatos.
-¿Te gusta? ¿cómo entro yo en esto entonces? – preguntó temeroso de la respuesta. John lo apretó entre sus brazos y lo sostuvo fuertemente.
-No lo sé, pero me encantaría que lo aceptaras. Yoko no sabe sobre nosotros, y yo nunca le diré; le digo todo, excepto sobre nosotros.-Ahora John también estaba llorando. Ambos negándose a que aquello fuera todo. Se besaron apasionadamente, queriendo decirse cientos de cosas al mismo tiempo. Aquella noche hicieron el amor y hablaron sobre el futuro, planeando días interminables juntos.
John suspiró, notando de nuevo la sensación del frío vidrio de la ventana. Quiso llorar, y preguntarse dónde estaban esos días planeados para un para siempre, y se dijo a sí mismo.
-¿Cómo puedes dormir, John Lennon, cómo puedes dormir?-
Bueno, capítulo 12 y se acerca el fin

fue un largoooo fanfic
espero les guste!