El Apolo XI, en una misión ahora legendaria, había alunizado. El comandante Neil Armstrong se convirtió en el primer ser humano en pisar el asteroide terrestre; con su inmortal frase: "Un paso pequeño para el hombre, un paso enorme para la humanidad". Y aunque los soviéticos tuvieron sin duda todos los primeros logros de la carrera espacial (primer satélite en órbita, primer ser vivo en el espacio, primer cosmonauta en el espacio y primera mujer en el espacio) Armstrong y su segundo Edwin E. "Buzz" Aldrin Jr. colocaron una bandera estadounidense sobre la fría y muerta superficie.
Pero el triunfo en realidad era de la humanidad toda. Lo que hasta un día antes era sólo un sueño de la fantasía y la literatura se había hecho realidad. Desde las leyendas griegas y persas sobre Antares hasta los poemas fantásticos de Edmond Rostand (en su célebre "Cyrano de Bergerac" y las novelas primero de Jules Verne y luego de Herbert George Wells, el hombre soñaba con llegar a la Luna y "tocarla". De pronto, el 20 de julio de 1969, apenas cuatro días después de la partida del Apolo XI, la meta ímposible había sido alcanzada. Fue entonces cuando la carrera espacial entró en la consciencia de todos.
Curiosamente para entonces la serie televisiva "Star Trek" (Viaje a las Estrellas) estaba siendo cancelada apenas tras cumplir tres temporadas; pues pese a ser la teleserie favorita a nivel mundial hasta la fecha era por entonces seguida sólo por académicos y universitarios. Luego de la misión del Apolo XI, la ciencia-ficción seria se volvió ultra-popular y casi materia obligada. Si el filme "2001: A Space Odyssey" hubiera sido estrenado un año después, su impacto enorme no hubiera sido sólo cultural sino también taquillero.
Todavía conservo intactos, casi con reverencia, los recortes y afiches publicados en esos días. Los tres astronautas (incluyendo al piloto de la nave, Michael Collins) se volvieron increíblemente famosos y fueron recibidos como héroes en las calles de las principales ciudades estadounidenses. Se había cumplido así la promesa que John F. Kennedy hiciera en 1960, al asumir la presidencia de su país, cuando aseguró que antes de terminar esa década los Estados Unidos habrían colocado a un hombre en la luna. Y justo antes del fin de los años '60 efectivamente su presagio fue exitosamente cumplido.
Desde entonces empezó también un debate que no culmina hasta el día de hoy: si todo esto fue cierto o si fue un montaje de tipo cinematográfico preparado por el gobierno estadounidense. Varias referencias populares han plasmado dudas, algunas más en serio que otras: en 1971, James Bond (Sean Connery) ingresa por error a un set televisivo donde reproducen el alunizaje (en el filme DIAMONDS ARE FOREVER); en 1978 el filme CAPRICORN ONE trató sobre un engaño de la NASA para hacer creer que una misión había llegado a Marte; y el grupo R.E.M. se permite un escepticismo directo en su tema "Man on the Moon". Cuatro décadas después, todavía se duda de que efectivamente un ser humano haya pisado el satélite de los cráteres. Y algunos ni siquiera aceptan que se haya orbitado el lado oscuro de la luna.
Pero incluso si todo eso hubiese sido una farsa (que no creo), tuvo igualmente un efecto positivo: en una época de guerras, división radical y violencia, pese al "Flower Power", esa noticia nos hizo pensar como especie humana en que somos capaces de lograr cosas que antes apenas hubiéramos creído posibles y que los sueños pueden ser hechos realidad. Doy gracias por haber vivido ese momento; por haberme quedado con mis hermanos y primos menores, todos unos críos pequeños, hasta altas horas de la noche viendo en el enorme televisor en blanco y negro cada momento y gritando y aplaudiendo cuando Armstrong descendió de la cápsula (filmado por Aldrin). Como todos los escolares de entonces, tuve que anotar cada evento hora tras hora para presentarlo en clases dos días después (ya que el 21 de julio no hubo clases por la celebración). Todavía conservo ese cuaderno, con mi letra de niño, pues es un recuerdo del que no me quiero deshacer. Ahora, ya mayor, comprendo mejor la trascendencia de ese hecho; pero la emoción que viví entonces y los sueños de ir al espacio que agraciaron mis sueños es algo que no tiene precio.
Varios días después en el ICPNA del centro de Lima hubo televisores colocados para que los transeúntes pudieran ver una y otra vez el suceso. ¡Y eran pantallas a color, algo hasta entonces desconocido en Lima! Todavía me pregunto cómo hicieron los de la IPCNA para tal reproducción. Debían tener ya un equipo de video, algo con lo que ni el gobernante de Perú hubiera soñado entonces.
Me permito compartir estos recuerdos con ustedes; y saludar a los tres héroes de la misión Apolo XI: Armstrong, Collins y Aldrin, pioneros espaciales y, lo más importante, ídolos de carne y hueso.
Como corolario: no faltó la pequeña cuota de orgullo nacional cuando se supo que Armstrong había estado en Lima en 1966 y ahí un dentista le colocó una corona de porcelana peruana en su maxilar. En esos días de ebullición noticiosa, salió un artículo que decía "¡Porcelana peruana en el espacio!".
